martes, 2 de agosto de 2011

Un ya (casi) clásico

Irina

Recuerdo una casa de ladrillo
y un sendero largo, que bajaba hacia un patio oscuro
en el que la hierba sin segar llegaba en agosto
hasta las rodillas. Vuelvo a ver allí el cuerpo de Irina,
desplomado entre cardos, bichos, matas de boj -
y el mundo
deteniéndose lento,

al ritmo del temblor de su pecho, hasta el
abandono total. Sonriendo extasiado.
En mi mente ese fino tobillo (sólo algo enrojecido
de la sandalia)
y la blanca pantorrilla, casi cantando,
estremecida por el viento levantado del sosiego.

Han pasado casi dos años.
Es verano de nuevo, una estación abrumadora
que me impone hasta el más sencillo ademán.
Su cuerpo se ha colmado entre tanto, lleva el pelo
más largo
(me dicen), y la furia, pues bien,
mi furia se ha apaciguado, destilada entre tantas cosas
y palabras.

Soy un hombre cortés y solo
que a menudo se imagina
una casa de ladrillo
y un sendero largo
que baja hacia un lugar oscuro y frío,
sin retorno. 


Claudiu Komartin, El circo doméstico. 
Traducido por Elena Borrás García