“La
poesía está en Bistriţa”, reza el eslogan de este festival que,
pasito a paso ha llegado ya casi a su quinta edición (de la que
podremos disfrutar en julio de este año). Pero ¿dónde está
Bistriţa? Probablemente flaco favor será que diga que es una
pequeña localidad de la región rumana de Ardeal. Pero, en cambio,
sí ayudará saber que el nombre latino de esta zona no es otro que
Transilvania, nombre que, a pesar de estar más extendido en el
extranjero – indudablemente, gracias a (o por culpa de, aún no lo
tengo claro) un conde chupasangre que Bram Stocker creó basándose
en la figura de Vlad Țepeș, príncipe de Valaquia que allá por el
siglo XV luchaba contra los turcos - los rumanos raramente utilizan,
ya que prefieren el primero, de origen húngaro. He tenido la suerte
de acudir a las últimas ediciones de este festival, pero incluso
ahora no sé si puedo decir que realmente he visitado Bistriţa.
Porque, en realidad, para mí nunca contó el dónde, sino el cómo,
el por qué y el con quién.
En
Rumanía, viajar es toda una aventura. Bucarest-Bistriţa, 500
kilómetros, “ah, en cinco horitas os plantáis allí”, me decían
algunos amigos (españoles). No, señor, aquí los kilómetros son
más largos, el sistema métrico decimal se adapta a una dimensión
paralela, y más que viajar en el espacio parece que viajas en el
tiempo. Pues en poco difiere de las carreteras y paisajes de la
España de los años 80, el viaje inevitablemente me recordaba a
aquellos interminables de mi infancia, miles de curvas, cintas
rayadas de tanto escucharlas, paisajes rurales, bellísimos, valles,
montes, aldeas. campesinos que, apostados a la margen del camino,
venden manzanas o cebollas recién recogidas. Porque ésta es
probablemente una de las pocas ventajas de que el progreso no haya
llegado todavía en todo su esplendor a este rincón de Europa: te da
la oportunidad de viajar al pasado mientras las ruedas del coche
engullen kilómetros. De camino, un café en una terraza de
Sighisoara, esa pequeña (y hermosísima) fortaleza medieval perdida
entre los Cárpatos, famosa por ser la ciudad natal de Vlad Țepeș.
En Ardeal la gente no grita, la gente no se estresa, la gente se
saluda por la calle. Los coches no pitan si tardas más de cinco
segundos en cruzar un semáforo. Y esta tranquila ciudad de
provincias se transforma durante varios días desde hace ya casi
cuatro años para acoger a una veintena de poetas de todo el país.
Los responsables de esta transformación tienen nombre y apellidos:
Gavril Ţărmure (presidente de la Sociedad de Conciertos de
Bistriţa y director del Festival), Ana Toma, Camelia Toma
(responsables del correcto desarrollo del festival y magas que
consiguen – milagrosamente – hacer desaparecer los problemas
antes casi de que aparezcan y que los invitados se sientan como en
casa... o mejor), Dan Coman y Marin Mălaicu-Hondrari (ambos poetas
de la llamada “Generación del 2000”– y grandes amigos – de
Bistriţa, encargados de la selección de invitados y del programa
concreto de lecturas/presentaciones). Desde el principio, la idea de
este completo equipo fue invitar en cada edición a poetas de todas
las generaciones (desde jóvenes que aún no hayan debutado en
volumen hasta otros más que de sobra confirmados), traer cada año
rostros y voces diferentes. De hecho, son pocos los nombres que se
repiten en los carteles de dos años distintos.
Desde
la primera edición, en 2009, son muchos los poetas que han leído en
el escenario de la Sinagoga, centro multicultural donde tienen lugar
la mayoría de los eventos del Festival: lecturas, presentaciones de
libros y conciertos de música de cámara. Desde grandes – enormes
– nombres de la poesía rumana (como Emil Brumaru, que a sus más
de 70 años y con una veintena de poemarios publicados extasió al
público en 2011 con su poesía y con sus innumerables anécdotas) o
Ion Mureşan (Cluj, 1955) - que, a pesar de haber publicado
solamente seis volúmenes de poesía, es una de las voces más
importantes hoy en día en la literatura rumana - hasta los
jovencísimos Alex Văsieş (Bistriţa, 1992) y Radu Niţescu
(Bucarest, 1992), invitados en la edición de 2012. Cuando pisó por
primera vez ese escenario, Niţescu acababa de publicar su primer
libro, – Văsieş lo haría un mes más tarde – un debut tan
prometedor como lo fuera unos meses antes el de Andrei Dósa (Brașov,
1985), también presente en la edición de 2012. La nota de humor de
esta edición la pusieron Sorin Gherguţ (1973) y su inteligentísima
(auto)ironía: con esta combinación sobre el escenario el público
siempre acaba (son)riendo y escuchando atento cada uno de los versos.
Los
demás invitados de 2012 fueron los siguientes: Irina Bruma, Ruxandra
Cesereanu (presente en espíritu y en vídeo, pero no en cuerpo),
Nichita Danilov, Ana Dragu (también natural de Bistriţa, presentó
su tercer poemario), Domnica Drumea, Andrei Gamarţ (que además de
leernos sus versos cantó y tocó sus últimas canciones a la
guitarra, pues además de poeta es también cantautor y pintor),
Doina Ioanid, Claudiu Komartin, Ioan Moldovan, Aurel Pantea, Marta
Petreu, Robert Şerban, Olga Ştefan, Radu Vancu (con su nuevo
poemario La cuerda florecida, todavía
caliente bajo el brazo) y Elena Vlădăreanu. Además, esta
última edición tuvo una diferencia con respecto a las tres
anteriores: esta vez, los poetas invitaron a un prosista, Alexandru
Vlad, que presentó su novela Las lluvias amargas (Ed.
Charmides 2012), galardonada
poco tiempo antes con el premio de la Unión de Escritores de
Rumanía.
El
programa también cuenta con un diálogo poético de carácter
informal en la cafetería Plan B del centro de, diálogo que ya puede
considerarse casi tradicional. En 2011 los protagonistas fueron Emil
Brumaru y Ion Mureşan, entre anécdotas y con una atmósfera
distendida, y en 2012 el diálogo tuvo lugar a tres bandas: Nichita
Danilov, Ioan Moldovan y Aurel Pantea, moderados por Radu Vancu.
Como
cada año, en 2012 la música de cámara fue excepcional. El primer
día de ella se encargó el conjunto Remember Enescu, formado por
Corina Răducanu y Eugen Dumitrescu. El segundo día, el pianista
Răzvan Dragnea, y el tercer día Ávéd Éva (al piano) y Kozma
Péter (al violonchelo) consiguieron emocionar a los presentes.
El
año anterior contamos con la presencia de la soprano Daniela Păcurar
– quien, además, arrancó una ovación y una sonrisa al público
cuando entonó el eslogan del festival con toda la fuerza de sus
entrenados pulmones –, la pianista Vera Negreanu, Mircea Neamţ al
trombón y Ioan Dărăban encargado de la parte de percusión,
interpretando música contemporánea compuesta por Ionică Pop. El
segundo día, los húngaros Antal Szalai y su Stradivarius y Jozsef
Balogh al piano interpretaron obras de Brahms, Debussy, Bartok y
Prokofiev. Por último, Aurelian-Octav Popa, al clarinete y Sanda
Popa con la viola interpretaron el último día música contemporánea
rumana.
Todas
las ediciones se cierran el domingo con el Instituto Blecher, un club
de lectura que desde hace más de tres años el poeta Claudiu
Komartin lleva a cabo en Bucarest todos los fines de semana y en el
que se han leído (y continúan leyendo) unos ciento cincuenta
(quizás doscientos) escritores – jóvenes y no tan jóvenes –
contemporáneos de Rumanía. En la edición de 2012 leyeron Oana
Văsieş y Andrei Gamarţ. Además, este último también tocó la
guitarra y cantó sus composiciones, acompañado por la voz de
Monooka, una cantante rumana residente en Londres que casual y
felizmente se encontraba en Bistriţa durante el Festival.
Aunque
el cartel oficial no aparecerá hasta finales de junio, me consta que
el equipo del Festival ya está trabajando en el programa de este
año. Tendrá lugar a mediados de julio y no me cabe duda de que la
lista de invitados no tendrá nada que envidiar a las cuatro
anteriores. Para los aficionados a la poesía, los días de este
Festival están marcados en rojo en el calendario, es un plan de
obligado cumplimiento año tras año. Y estoy convencida que así
será mucho tiempo, pues con la experiencia el equipo ha ido puliendo
detalles y ha hecho de este Festival uno de los de mayor calidad en
Rumanía.